Descubre qué ocurre cuando decides incluir a Cristo en tu vida

“Y Jehová te guiará continuamente, y saciará tu alma en lugares secos, y fortalecerá tus huesos; y serás como huerto regado, y como manantial cuyas aguas nunca faltan”
Isaías 58:11

Tener a Cristo presente no es necesariamente una cuestión de rezar mecánicamente todos los días o hacerlo desde un sentimiento de ruego o arrepentimiento, sino que, desde la humildad, reconocer su amor, su guía, su bendición, su misericordia, con una gratitud plena, dejando que entre su luz, su serenidad, su alegría.

A lo largo de mi vida, me doy cuenta de que, en los momentos más difíciles, incluso en etapas de mi juventud en donde era más irreverente e incluso en periodos de ateísmo, de forma inexplicable, Dios me salvó.

Si nuestro Padre celestial nos salva incluso cuando no lo tenemos presente, ¿qué puede llegar a hacer cuando lo hacemos parte de nuestro día a día?

Dispuestos a cambiar

Este es el punto clave, la decisión que has de tomar: ¿estás dispuesto a cambiar? Y esto no es ni como amenaza ni como condición, sino una reflexión respecto a que si decides aceptar y reconocer a Dios en tu día a día, necesariamente tu vida va a cambiar.

Muchas veces, aunque queramos una vida mejor, de más paz, de más amor, de más abundancia, de más experiencias enriquecedoras, nos aferramos a nuestras rutinas, a nuestro ego, incluso a nuestros vicios, a todo aquello a lo que estamos acostumbrados.

Muchas veces nos aterra el cambio, lo desconocido, a pesar de que lo anhelamos. Entonces, aunque parezca una pregunta de respuesta obvia cuando alguien quiere mejorar su vida, tienes que hacértela de forma muy seria, para responder de forma muy comprometida. ¿Quieres cambiar?

¿Qué cambia?

Si aceptas el compromiso de tener a Cristo presente cada día de tu vida, eso implica todos los días tomar consciencia de su presencia, desde el amor, la gratitud, la confianza, la esperanza.

Si lo aceptas y reconoces en cada paso, el cambio es absoluto: No solo atraerás bendiciones a tu vida, sino que también, los momentos difíciles los verás con mucha más serenidad.

Sabiendo que Cristo guía tus pasos, que te protege, te cuida, te bendice, entonces ante las situaciones que al comienzo te den miedo o dolor, simplemente te entregas al proceso, confiando.

Todo se solucionará, porque estás en sus manos. Para Dios, nada es sorpresa.

No hay modo de expresar con palabras la madurez, el cambio y la paz que te va a dar reconocer a Cristo en cada paso.

“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus sendas”
Proverbios 3:6

¿Ego o paz?

Es posible que reconocer a Dios en cada paso implique también reconocer, con humildad, que absolutamente todos tus logros, incluyendo tu propia existencia, tus dones, tus talentos, tu inspiración, todo ello, Dios te lo ha dado. Nada te pertenece. Sin Él, nada sería.

Entonces, para quienes se aferran al ego como si estuviese por encima del bien y del mal, este cambio puede ser más complicado. ¿Pero qué prefieres? ¿Aferrarte a tu ego o sentir la paz plena de entregar tu vida a Cristo?

Cambios sutiles

Personalmente, desde que decidí tener a Cristo presente en cada día de mi vida, me doy cuenta de que, de forma amorosa, de forma silenciosa, de forma pacífica, con paciencia, Él ha ido moldeándome, dándome más serenidad, haciéndome más consciente de mis puntos a mejorar, de mis vicios, de mis temores.

Todo lo que te vaya ocurriendo en tu vida será una oportunidad de agradecimiento, de reflexión, de crecimiento.

Como en el punto anterior, es posible que en ciertos aspectos haya una “lucha” con tu ego, en el sentido de que al comienzo habrá cosas que no quieras reconocer, que no quieras aceptar. Pero si mantienes tu compromiso con Cristo, de forma gradual, notarás cómo tu forma de pensar, de actuar, de relacionarte, cambia.

Y con ello, tu vida cambiará por completo, para bien. El conflicto irá desapareciendo, atraerás personas buenas a tu vida, las tóxicas se irán alejando, las oportunidades irán surgiendo, los problemas se irán solucionando.

Rutinas simples que transforman tu vida

Por ejemplo, cuando te levantes, puedes tener un pequeño lugar en tu habitación, que te inspire, con imágenes o símbolos que resuenen contigo, y de forma personal, tener una frase o un texto no muy largo, en donde agradezcas por todo lo que valoras en tu vida.

Considero que el hecho de que elabores tu propia oración es en sí mismo un acto de compromiso, de reflexión, de agradecimiento, de consciencia. No tiene que ser la oración perfecta desde el primer momento, sino que la irás mejorando con el tiempo.

Mi recomendación es que la hagas desde el amor, la confianza, con la inocencia de un niño/niña, que se atreve a pedir a su Padre celestial, que es misericordioso, que te ama, que desea tu felicidad, que desea tu crecimiento, tu paz.

Y repítela cada vez que te acuerdes. Cuando te levantes, cuando te acuestes, antes de comer, antes de salir de casa, cuando tengas que tomar una decisión, cuando te sientas alegre, cuando te sientas triste, cuando tengas miedo, cuando tengas entusiasmo.

Enfoca tu oración de forma positiva

Debido a la tradición de la que provenimos, tendemos a que nuestras oraciones se basen en ruegos, lamentos, quejas, culpas. ¿Cómo crees que tu cuerpo vibra y atrae en el momento de poner tu foco en esos sentimientos negativos?

Para quienes llevan toda la vida con esas dinámicas, su compromiso de cambio ha de ser aún mayor, pero con la certeza y motivación de que los cambios positivos y graduales que irán notando en sus vidas serán sin precedentes.

Por lo tanto, que tu oración se base en la gratitud, el amor. Por ejemplo:

Si tienes un problema de salud, no ores diciendo: “Te ruego, cúrame por favor!”, sino da por hecho que Dios quiere tu mejoría y que ya está trabajando en ello: “Dios mío, te agradezco porque tú me sanas, porque siento tu amor, tu misericordia, tu luz, que me limpia, me transforma, me purifica. Gracias por estar siempre presente.”

¡No te quejes a Dios! En general, no te quejes, porque eso es síntoma de que no estás en fe. Agradécele por la solución, aunque aún esté en proceso.

Paso a paso

Toma esto como un proceso, con cambios graduales. No se trata de hacer todo de un modo perfecto de la noche a la mañana. Por eso decía al comienzo, que si aceptas a Cristo en tu vida, de forma sutil, irás entendiendo tu propósito cada día, sin lucha, con paciencia, sin prisas. Todo se irá poniendo en su sitio, en los tiempos perfectos, porque Dios conoce ya todo el camino.

No sientas ansiedad por tener todo ya, no seas impaciente. Entrégate al proceso, con lo bueno y con lo malo, porque lo malo, pasará a ser algo mucho más relativo, no te pertenece, no forma parte de ti.

Al momento que confías plenamente en Dios, entiendes las dificultades como oportunidades, como claves para reflexionar y mejorar.

La Fe es la moneda de cambio con Dios

Haciendo una metáfora, si tuvieras que “pagar” por obtener ciertos beneficios, por lograr ciertas cosas, por conocer ciertas personas, ¿cual crees que es la “moneda” que Cristo te pediría? Así es: la Fe.

Cuanto más grande sea tu sueño, más fe tendrás que demostrar. Y esto tómatelo como un apasionante reto. Ante esos momentos que te hagan dudar, repite tu oración, con más fuerza, con más convicción.

Demuestra a Dios que tu fe es absoluta, y verás cambios que jamás llegaste tan siquiera a soñar.

Ten a Cristo presente en tu día a día, a cada momento, hazlo tu compañero de viaje. Comparte con Él tus alegrías, entrégale tus miedos, tus males, y agradécele por su guía, su protección, su bendición, su amor.

Gracias por leer. Ayúdanos a difundir la palabra de Cristo compartiendo este artículo. ¡Que Dios te Bendiga!

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